sábado, 6 de diciembre de 2008

La Asamblea Constituyente desde la Teoría de la Reciprocidad

Por: Dominique Temple

Para aquellos, que no pueden sino mirar desde lejos los grandes propósitos que aletean encima de los remolinos y de las contingencias de las luchas políticas, es evidente que la elección de Evo Morales es el símbolo del retorno, a la luz del sol, de una civilización detenida en el agujero negro de la historia por cinco siglos de poder occidental.

Mas, si este retorno es posible, lo es porque corresponde a una necesidad más poderosa todavía que la potencia del capitalismo. Todo el mundo sabe, incluso los partidarios de la ideología liberal, que el porvenir ya no está en un liberalismo ciego. Hoy, cada vez más, resulta imperativo acudir a la teoría del compartir, incluso para aquellos que, justamente, no querían saber nada de ello. Así, no es un accidente de la historia y mucho menos una coyuntura electoral o una crisis social, el que la teoría del compartir terminara con el liberalismo en Bolivia. La sociedad boliviana está sintonizada con la reflexión universal, pero con una ventaja que los demás no tienen: grandes masas populares han logrado dar a este acontecimiento histórico una resonancia excepcional, porque las tesis de la civilización andina, que se basan en los principios del compartir, la redistribución, la reciprocidad, son, justamente, aquellas que todas las sociedades del mundo están esperando. Este respaldo sociológico y antropológico a lo político, ya era perceptible durante las manifestaciones que prepararon la toma de poder de Evo Morales: la lucha de los pueblos de la Amazonía para obtener su reconocimiento (obtenido bajo la Vicepresidencia de Víctor Hugo Cárdenas); luego, la marcha por una redefinición del Estado, las luchas en contra de la privatización de los bienes primarios (agua, gas, tierra); incluso en el campo simbólico (coca).

¿Un retorno hacia atrás?: ¡No!

Sin embargo, las poblaciones suelen tener sentimientos o intuiciones que se adelantan al análisis racional necesario que debieran hacer los dirigentes andinos para asumir las responsabilidades que les corresponden. El trabajo teórico queda, en gran parte, por hacer. Sin una teoría propia, no quedaba otra que hacer alianzas con tradiciones políticas pasadas o hasta caducas, pero que son eficaces para oponerse a la marea liberal. Esto no significa que resucitará el colectivismo, que costó la vida a los imperios comunistas y destruyó la esperanza de todas las sociedades ubicadas bajo su tutela política. El colectivismo, ya se sabe en todas partes, no es la reciprocidad. Y si el colectivismo suprime la responsabilidad de cada uno hacia los demás, tal como lo hace el liberalismo, la colectivización de los medios de producción y comercialización lo que hace es concentrar el control de esos procesos en una burocracia ciega e irresponsable, irremediablemente destinada a la corrupción y generadora de totalitarismo. Nadie quiere de nuevo totalitarismo. Así, si se acude a la capacidad de contestación de las ideologías tradicionales, sabemos que es urgente proponer análisis competentes que puedan renovarlas. He aquí la necesidad de inventar. Con una ventaja, sin embargo, que los investigadores y pensadores deben valorar la experiencia de estas comunidades que supieron resistir a quinientos años de opresión, porque están fundadas en principios irreductibles a los del sistema capitalista: la reciprocidad (y, por tanto, el mercado de reciprocidad) la redistribución, el compartir, etc.

¿El capital?: ¡Para todos!

Todo el mundo conoce la definición del capital en el sistema capitalista. Pero ¿en un sistema andino? El capital, en la tradición de las sociedades andinas, es un capital de redistribución. Cuando un aymara, por ejemplo, asume el cargo de representar y dirigir la empresa comunitaria (el ayllu), durante su año de jilaqatura, acude a todos sus ayni para constituir un capital de redistribución y dará, luego, una fiesta para aunar simbólicamente a todos los miembros de la comunidad. Lo que se crea, entonces, es la confianza como el motor de la producción: en vez de destruirse los unos a los otros considerándose como competidores, los productores andinos se encuentran dinamizados por la mutua emulación.. Lo que resulta de ello no es, tal vez, la riqueza de los más fuertes y la pobreza de los más débiles, al precio del debilitamiento ético de la sociedad, sino, justamente, lo contrario: la vida buena (suma qamaña). En la comunidad se construye la felicidad, sacrificando el goce. El capitalismo propone lo inverso: el goce al precio de la felicidad.

Pero el capitalismo liberal no se restringe a la noción de acumulación: se ha vuelto una máquina de producción en la cual el provecho mismo está amarrado a la obligación de invertir, so pena de degradarse. Resulta de ello una carrera sin fin, un crecimiento ciego. La concentración del capital (lo que actualmente sucede más que nunca) favorece, sin embargo, el desarrollo de tecnologías complejas que disminuyen cada vez más los costos de producción, de tal manera que muchos consideraban al capitalismo, hasta hace poco, como un “mal necesario”. Pero las civilizaciones andinas sabían también que el capital era necesario, puesto que los responsables políticos y religiosos cobraban un tributo que no era redistribuido inmediatamente, sino a través de la mediación de grandes trabajos (de irrigación, por ejemplo). ¿A qué concepción de capital se refiere entonces la noción de “capital”? ¿Al capital invertido en la empresa privada? ¿Al capital invertido en las infraestructuras del Estado? ¿Al capital de redistribución de las comunidades andinas? ¡A los tres probablemente! Pero, hasta ahora, se ha impuesto una sola concepción de capital: aquella que somete el beneficio de las empresas a las utilidades de sus accionistas. La economía política andina es una teoría por construir, a la cual la ideología liberal, en plena descomposición, debe ceder el paso. Para restablecer por lo menos un equilibrio, que evite las catástrofes a las cuales conduce el liberalismo económico, es importante hacer fracasar la privatización de los recursos que pertenecen a la sociedad (por ejemplo, los recursos hidrocarburíferos). Importa que los medios de producción (la tierra en primer lugar) estén restituidos a todos y que su uso sea redistribuido en función de la responsabilidad de los productores hacia los demás, como lo plantea la tradición en las comunidades andinas. Importa que el mercado, cada vez más confiscado por los capitalistas, sea igualmente restituido a todos, y que los ciudadanos tengan acceso a ello libremente. Es una condición para que los equivalentes de reciprocidad sean comunes y favorezcan la igualdad. La restitución del mercado al pueblo implica una concepción particular de las redes de circulación y de transporte, así como del urbanismo: ¡Todo un programa! La empresa comunitaria –que la organización económica del ayllu ilustra para las sociedades del Altiplano- debe ser reconocida y protegida de las competencias ilícitas o desleales, por ejemplo: de la competencia de las producciones subvencionadas por los países occidentales (si bien estas subvenciones pueden ser legítimas para sostener la producción en un marco auto-referente, son ilícitas y pueden ser descalificadas cuando la producción en cuestión está destinada a la exportación). Corresponde a la competencia de los expertos bolivianos, que dictan las normas de seguridad, los criterios de calidad y las reglas de conformidad de los productos procedentes de la exportación, el proteger las producciones autóctonas de los productos equivalentes subvencionados en el extranjero. Pero la prueba que permitirá, o no, construir el futuro sobre bases nuevas, corresponde, por supuesto, a la Asamblea Constituyente que hace de Bolivia, hoy, un faro para todos los pueblos del mundo.

Pero, ¿qué Asamblea Constituyente?

Una vuelta a los orígenes: la Alianza

Todas las sociedades humanas son humanas por respetar un principio universal: la Alianza. Este principio está presente, casi siempre, como el “origen” de la sociedad. Las imágenes o los discursos que declinan el principio de la Alianza son diversos y, a menudo, excluyentes los unos de los otros. Pero la antropología reconoce, en los idiomas de las distintas sociedades, algunas constantes: la primera: la así llamada “Prohibición del incesto”, que significa la prohibición de la relación constituida sobre la estricta identidad entre cónyuges. En el lenguaje del parentesco, el primer lenguaje de los seres humanos: el matrimonio entre el hermano y la hermana, está prohibido en todo el mundo, así como el matrimonio entre los hijos y los padres. La primera obligación, que permite construir una sociedad, es, por tanto, el reconocimiento de la alteridad. La segunda constante es el rechazo a toda relación de alianza con aquella persona que no posee, por lo menos, un criterio de identificación, aunque este sea un criterio de hostilidad. La casualidad pura, en la elección de una pareja, se rechaza tanto como la estricta identidad. Pero basta que se reconozca una propiedad común (por ejemplo, un boliviano y un peruano que se reconocen ambos como amerindios) para que la identidad requerida sea suficiente. Hacemos a diario la experiencia de estas constantes. Sea quien sea la persona con la cual nos encontramos y esperamos establecer un diálogo, nos sentimos obligados, por un lado, a reconocer su diferencia pero, por otro lado, a establecer al menos un criterio que nos una, sea un criterio de parentesco, de lengua, de costumbre, hasta de lugar de procedencia. Empezamos por presentarnos, o presentar a las personas que introducimos en la discusión.

No es cualquier relación, entre los seres humanos, la que permite construir una sociedad, sino una relación que cumple con estas premisas.

Pero ¿cómo conciliar tales exigencias si Identidad es lo contrario de Alteridad? Si se debe reconocer cierta identidad y respetar la diferencia del otro, ¿cómo establecer la parte de cada una de estas actitudes que son inversas la una de la otra? Es, justamente, del equilibrio de estas dos actitudes inversas que resulta una distancia entre sí mismo y el otro, que podemos llamar la buena distancia, porque puede ser la sede de una aprehensión común de las cosas. Una aprehensión común de las cosas requiere que se conozca el punto de vista del otro, al mismo tiempo que el otro conozca nuestro punto de vista. ¿Cómo se obtiene esta doble conciencia? Se obtiene sistemáticamente cuando cada uno produce hacia el otro la actitud que el otro produce hacia uno.

La reciprocidad

La reciprocidad, pues, es el principio del que estamos tratando. No crea solamente una situación de equilibrio, que permite a cada uno encontrarse a una buena distancia del otro para hacerse escuchar y hacer valer sus argumentos y sus intereses. Crea, sobre todo, una situación excepcional en la naturaleza, que no se conoce en las organizaciones animales o vegetales. Crea una situación donde cada individuo que actúa hacia otro, padece, a su vez, lo sufrido por ese otro, puesto que ese otro actúa de la misma manera con él. El equilibrio del actuar y del padecer, es propio a cada uno de los sujetos de una relación de reciprocidad; pero es también aquel que el otro experimenta, puesto que resulta tanto de la acción del uno como del otro. Se puede decir que el equilibrio pertenece a ambos, que es una estructura social que se impone a cada uno de ellos.

Sin embargo, la eficiencia de esta relación social es invisible, como lo es la eficiencia de la quilla de una nave. Cuando el mar está tranquilo, ambos lados de la nave están en equilibrio y ni siquiera sospechamos que este equilibrio se deba a la relación existente entre ambos lados. Nos comunicamos de un lado al otro, cruzando el puente de la nave. Pero si el mar se agita, vemos que ambos lados de la nave no son libres de tambalear cada uno por su lado. Se restablece el equilibrio, gracias al eje del medio: la quilla de la nave es el eje de la relación. La relación de reciprocidad, como la quilla de la nave, juega el rol de un tercer personaje entre los otros dos. Este Tercero – que resulta de la confrontación y de la relativización del padecer por el actuar - desafortunadamente es invisible. Es, sin embargo, el eje constitutivo de la relación humana que llamamos Alianza. La Alianza es una relación entre tres: el Tercero invisible que es una constante que subordina las otras dos constantes visibles: la Identidad y la Alteridad.

La palabra habla por el invisible

¡Pero este principio es Invisible! Algunos dicen que es divino y sostienen que la Alianza es el sello de Dios en el Hombre. El Tercer invisible es, en parte, inconciente; está representado, en nuestra imagen, por la quilla de la nave que restablece constantemente las relaciones de los unos con los otros en un equilibrio, pero, en parte, es conciente también y se manifiesta por la Ley. El Tercero, visible esta vez (la Ley y los valores éticos), se desenvuelve en el cielo de la conciencia como el mástil y las velas de la nave en el mar. Los hombres toman conciencia de los valores que les hacen hombres, a partir de las relaciones de reciprocidad, a pesar de ignorar el Tercero invisible. Ignoran que el Principio de reciprocidad está ordenado al Tercero Invisible, pero no ignoran la Ley, ni los valores éticos.

En aquel tiempo, cuando no existían todavía idiomas constituidos, los hombres estaban obligados de acudir a imágenes sensibles para decir lo que pertenece al Invisible: los sentimientos procedentes de sus relaciones de reciprocidad, pero estas imágenes variaban considerablemente de un lugar a otro. Hoy las lenguas se han desarrollado a tal punto que las cosas pueden ser dichas sin acudir a la imagen (en lugar del “colibrí” o de la “paloma” que son imágenes, se hablará de “espíritu” por ejemplo) y de tal manera que pueden ser reconocidas en todas las culturas y en todas las tradiciones del mundo.

Cabe preguntarse, sin embargo ¿por qué la Alianza es tan necesaria? o también ¿a qué está ordenada la “buena distancia”? No basta contestar: “para entendernos” o añadir: “!y para hablarse!”. La palabra, es cierto, se debe al hecho de que los hombres se entienden, desde el momento en el que pueden sentir lo que el otro siente; pero cada uno de nosotros tiene que utilizar, para comunicarse con el otro, un lenguaje cuyas proposiciones sean reconocidas sin ambigüedad. Entre lo que somos y lo que decimos, se introduce desde ya una necesidad imperiosa: aquella de expresarse sin contradicción. No podemos decir una cosa y su contrario, como si fuesen simultáneamente verdaderas. Pero, hemos dicho que, para que el sentido común pueda aparecer y, a partir de él, los hombres pueden entenderse mutuamente, se tiene que construir una estructura social en la que la Identidad esté relativizada por la Alteridad, y que la Alteridad (la Alteridad radical) esté igualmente relativizada por cierta Identidad, en beneficio de un equilibrio en el cual estas dos fuerzas contrarias se transforman en un Tercero invisible. La resultante, de la relativización mutua de estos dos contrarios, es entonces, en sí misma, contradictoria. ¿Cómo, entonces, construir una estructura social en la cual cada uno pueda expresarse de manera no-contradictoria (su expresión debe ser lógica, es decir, no comprometida con alguna contradicción) a partir de una relación (o un sistema de relaciones sociales) que puede ser realizada con la sola condición de estar regida por la contradicción?

Como vemos, la cuestión de la Alianza plantea una pregunta difícil, cuando está confrontada a aquella de la expresión y de la comunicación de los valores que genera.

¿La comunicación es una especie de intercambio?

Según la teoría antropológica de la comunicación y del intercambio, en uso en las sociedades occidentales, los hombres se oponen para intercambiar y se unen para oponerse a los forasteros, con los cuales quieren intercambiar, pero nunca lo hacen al mismo tiempo. Darían siempre preferencia a la oposición estructuralista, porque es la condición para intercambiar, pero no para ser simultáneamente idénticos y diferentes y crear entre ellos una tercera potencia invisible que da sentido a sus prestaciones (esta potencia se puede llamar Dios o la Humanidad). Acudirían a la reciprocidad únicamente para asegurar intercambios iguales, con el fin de evitar enfrentamientos peligrosos para los unos como para los otros.

¡No!: La palabra habla por el Tercero invisible…

Pero ¿será que la reciprocidad es solamente un medio para asegurar la paz en los intercambios? No, es algo muy distinto. Desde el momento en el que la reciprocidad está instituida, el Tercero se manifiesta entre los participantes de la reciprocidad como su Ley. Normalmente la Ley se impone por sí misma. Por cierto, la Tradición consagró varias estructuras sociales en las cuales los hombres se volvieron más humanos, pero de manera empírica. Y, lo hemos visto, las referencias de la Tradición son prisioneras del imaginario propio a cada cultura y a cada época histórica. Hace falta, por tanto, reflexionar filosóficamente la Tradición para enfrentar la teoría del liberalismo económico que, ella sí, es racional. Pero si los hombres toman conciencia de la teoría de la reciprocidad; si saben, de manera racional, cómo la reciprocidad engendra los valores éticos, entonces ya no estarán sometidos a la Ley, sino serán los autores de Su Ley. La diferencia parece poca cosa, pero la Ley se imponía como una presencia divina procedente de afuera, mientras que, ahora, la Ley es la Ley que los hombres se dan a sí mismos libremente. Es lo que se llama el Contrato Social. Se puede decir también que, con la Razón y el Contrato Social, los hombres liberan la Ley de su Inconciente, para hacer de ella su humanidad conciente, y se apropian, como Prometeo, del fuego del cielo: el medio para producir a voluntad los valores divinos a los cuales se referían.

¿El antiguo imaginario destituido por la evolución del modo de producción?

En las sociedades, que han privilegiado las relaciones de reciprocidad, los estatus son garantes de estas relaciones. El estatus define la responsabilidad o el cargo que se atribuye a aquel que es designado como el representante del Tercero invisible.

Sin embargo, este Tercero invisible no se expresa de la misma manera en los Andes o en la Amazonía. Ya hemos hablado del peso del imaginario sobre la expresión de los valores simbólicos. Este peso se acentúa en las sociedades de tradición oral, por el hecho de que la experiencia social es transmitida, de generación en generación, mediante rituales inmutables. Aparece entonces una dialéctica entre los nuevos modos de producción, que contribuyen a la elaboración de un imaginario distinto de aquel que la Tradición imponía: cuando el uno y el otro entran en contradicción, hay un divorcio entre lo que podemos llamar la infraestructura (las relaciones de producción) y la superestructura (el imaginario en el cual los valores constituidos en las antiguas relaciones de producción se imponían). Karl Marx mostró cómo la modificación de las relaciones de producción es un factor decisivo en la Historia: esta relación conflictiva puede terminar en una revolución durante la cual los antiguos imaginarios son reemplazados por los nuevos. No significa por tanto que sólo la infraestructura es determinante de la Historia como lo pretendieron ciertos epígonos de Marx. Los valores constituidos por las estructuras de reciprocidad (simples o complejas) no son, en efecto, inertes, pasivos sino, al contrario, eficientes.

Llegar a lo simbólico más allá del imaginario

El Tercero Invisible se traduce en valores éticos y es reconocido perfectamente por quienes participan de la reciprocidad. Y cada uno sabe que los valores éticos son eficientes: no están destinados a satisfacer el disfrute de los sentidos biológicos, sino que son competencias que motivan y guían nuestra acción política. La generosidad, por ejemplo, ordena dar a aquellos que lo necesitan; la valentía ordena defender al oprimido; la fe, la prudencia, la responsabilidad, etc. Ordenan, cada una, a tener actitudes precisas. La lucha revolucionaria moviliza todos estos valores, pero pretende también que la expresión de estos valores no deba depender de los imaginarios de los unos y de los otros, sino tender hacia lo universal, gracias a su comprensión racional y a la generalización de estructuras de reciprocidad que son sus matrices. Da preferencia a las estructuras que pueden ser generalizadas (como el mercado de reciprocidad) o a las estructuras colectivas (como el compartir) y no así a estructuras restringidas (como la relación de reciprocidad entre dos), lo que no significa que las excluya.

Del principio de reciprocidad a las estructuras de reciprocidad

Volvamos al principio. Hemos descubierto el “principio de reciprocidad”, pero, y he aquí tal vez un descubrimiento importante, existen varias estructuras de reciprocidad fundamentales que pretenden, todas ellas, realizar el principio de reciprocidad y engendrar el eje del cual hemos hablado: el Tercero invisible: lo divino en el hombre, y que compiten a veces entre sí. La más simple de estas estructuras de base es el cara a cara entre cada uno de nosotros y cada otro, como en el matrimonio o el ayni; pero también entre cada uno de nosotros y todos los demás, como en la faena o la minka. En el cara a cara nace un sentimiento que se puede llamar Amistad, porque tiene el rostro del otro; y en el “uno para todos-todos para uno” del compartir, la amistad se transforma en un sentimiento más difuso que podemos llamar Confianza.

Conocemos otras estructuras que realizan, igualmente, para cada uno de nosotros el hecho de actuar y padecer al mismo tiempo y que hacen de nosotros la sede del Tercero invisible, el huésped del sentimiento de humanidad. Por ejemplo, las estructuras en las cuales se recibe de un lado y se da al otro lado. Este tipo de reciprocidad es mucho más frecuente que el anterior, porque puede involucrar a un número infinito de participantes. Se distingue tres tipos importantes. Las relaciones unilaterales como, por ejemplo, la filiación (el hijo recibe de su padre y da a su hijo). Las relaciones bilaterales que llamamos, más simplemente, la reciprocidad generalizada como, por ejemplo, las relaciones de mercado (de reciprocidad, por supuesto), en las cuales se recibe de un lado y se da al otro, pero recibiendo también y dando en sentido inverso, de tal manera que se crea un equilibrio (el equilibrio del mercado) entre lo que va en un sentido y lo que va en otro sentido. El sentimiento que prevalece, por la necesidad de equilibrar ambos movimientos inversos, es el sentimiento de justicia, que se encuentra en el origen del “precio justo” de las mercancías y de las equivalencias de reciprocidad. En la relación unilateral, nace el sentimiento de Responsabilidad; en la relación bilateral nace el sentimiento de Justicia. Finalmente, se encuentra también una fórmula un poco particular en la cual en vez de que cada uno juegue el rol de intermediario entre dos y regule el mercado en función de su sentimiento de justicia, un solo intermediario recibe de todo el mundo y redistribuye a todo el mundo: se puede llamar a este sistema la “redistribución”.

Un problema: ¡Ciertas estructuras son incompatibles!

Empero, y es allí donde queremos llegar, algunas de estas estructuras son incompatibles entre sí. Por ejemplo, el mercado es lógicamente incompatible con la redistribución y tenemos que concluir entonces que si una sociedad quiere honrar todos los valores humanos, producidos por la reciprocidad, tiene que definir territorialidades diferentes para cada una de sus estructuras fundamentales: instituciones autónomas. La redistribución puede ser requerida para los bienes de uso, dados a la sociedad por la naturaleza (el agua, por ejemplo; cuya privatización fue motivo de una revuelta de las comunidades andinas en el año 2000, o el gas natural, cuya privatización fue motivo de una revolución en 2003). Para otros bienes, se tendrá que acudir a la estructura de reciprocidad comunitaria de tipo ayllu (las producciones agrícolas que dependen del trabajo, por ejemplo), etc.

Otro problema: las matrices del valor y la expresión de los valores implican dos niveles

En cada una de estas instituciones, tendremos que distinguir dos niveles: aquel de las relaciones de reciprocidad fundadoras, pero también aquel de la expresión de los valores producidos que dan nacimiento a manifestaciones culturales específicas. Estas manifestaciones exigen el respeto de su lógica no-contradictoria. Sabemos que existen sólo dos vectores lógicos pertinentes, para gestionar la coherencia de estas manifestaciones: la oposición y la unión, que orientan la palabra en dos vías opuestas: la Palabra religiosa y la Palabra política. Estas dos palabras, entonces, se encuentran en competencia, aunque ambas pretenden expresar la misma cosa. En Europa, el enfrentamiento de estas dos Palabras terminó con la separación de la Religión y del Estado. La Palabra política y la Palabra religiosa tienen, cada una, sus instituciones en campos separados, cuyas fronteras se sobreponen raras veces (sólo para la educación). Los pueblos andinos han encontrado otra solución: la Línea masculina es responsable de la Palabra de oposición y la Línea femenina de la Palabra de unión (la cosa es más compleja en realidad, pero no la analizaremos aquí). En otras sociedades, una Palabra gana a la otra. Por ejemplo, en África del Norte, la Palabra religiosa gana a la Palabra política. Se tiene que prever entonces, además de territorialidades para las estructuras de reciprocidad, territorialidades para la actualización de cada una de estas dos Palabras. ¿Quién tiene que dirigir la Educación? ¿Lo político o lo religioso o una autoridad separada? ¡El mismo problema para la Justicia! ¿El Estado o la Religión? Y si añadimos a los partidarios de la no-reciprocidad, ¿tendrá que ser lo Privado?

¿Se puede imaginar un Estado neutro?

Sabemos algo de lo que tiene que hacer una Constitución: coordinar y conciliar instituciones que deben permitir el acceso de todos los ciudadanos a relaciones que hagan de ellos seres no solamente concientes, sino también autónomos, poniendo a su disposición los medios para ejercer sus competencias y talentos al servicio de todos. La política es el arte de construir las infraestructuras de la vida buena, las matrices de la felicidad. Pero el espacio, en el cual se ejercen las prerrogativas constitucionales, ¿no tendría que ser liberado y exento de todo imaginario particular, tanto político como religioso? En resumen ¿no tendría que ser un territorio neutro en el cual se pueda ejercer la Razón y en el cual todos los ciudadanos sean iguales? Se habla entonces de Estado de Derecho. La Declaración de los Derechos Humanos es la Carta de tal Estado. Sin embargo, el personal de este Estado de Derecho: la Administración, plantea un problema delicado: al ser engranajes neutros, cuya función supera a cualquier otro tipo de consideración, este personal puede confundirse muy rápidamente con una burocracia que sólo obedece a órdenes. Entonces no tendrá alma. Cuando tal máquina está sometida a una ideología puramente utilitaria como, por ejemplo, cuando el liberalismo toma las riendas del Estado o cuando un Partido único se vuelve el dueño del Estado, como en los Estados comunistas, y en otras circunstancias también, la deriva totalitaria es ineluctable. El Estado se vuelve un arma en beneficio de quiénes lo acaparan. Y entendemos entonces por qué buen número de ciudadanos consideran prudente restringir su espacio y contener sus prerrogativas, de tal manera que no abarquen todas las actividades que pueden ser asumidas directamente, mediante relaciones de reciprocidad de proximidad (el ayni por ejemplo).

Hemos introducido buen número de consideraciones, de las cuales algunas parecen entrar en contradicción. Eso podría hacer pensar que el problema es muy complicado. En realidad, la teoría de la reciprocidad permite resolver los problemas con cierta eficacia. ¿Cuáles son estas contradicciones?

Hemos dicho que hay varias estructuras de base que son, cada una de ellas, la sede de un valor particular y, podríamos añadir, que algunas de ellas pueden asociarse, como en el ayllu, para formar sistemas de reciprocidad, cuyo valor global es específico al sistema. Pero hemos dicho, también, que cuando las matrices de base son incompatibles con otras estructuras de base, era posible definir territorialidades propias a estas estructuras y que estas territorialidades podían entenderse como instituciones particulares. Por lo tanto, la Constitución debe precisar las prerrogativas de cada institución y su dominio de competencia. Por otro lado, la Constitución tiene por finalidad ampliar, lo más que se pueda, los espacios de discusión y no cerrarlos: es lo que podemos llamar la democracia directa.

Hemos distinguido otro tipo de contradicción entre el nivel de las estructuras inconcientes, pero fundadoras, y el nivel donde se manifiestan los valores producidos por la reciprocidad. Por supuesto, hay que distinguir las unas de los otros, puesto que no tienen la misma lógica, pero no son incompatibles: al contrario, las primeras hacen la potencia de los segundos. Cuanto más profunda es la quilla de la nave, tanto más alto puede ser el mástil. El respeto de las estructuras sociales de base condiciona la potencia de los sentimientos que se expresan en los valores éticos.

El tercer tipo de contradicción es la contradicción entre la expresión religiosa de estos valores y su expresión política. Pero, en realidad, la expresión religiosa es la más adaptada a los valores que proceden de las estructuras de reciprocidad colectivas y la expresión política es la más adaptada a los valores procedentes de las relaciones de reciprocidad individualizadas. Entonces, muy raras veces, existen conflictos entre las dos Palabras. A veces, la conciliación de las dos Palabras es exitosa. Por ejemplo, en el ayllu, la reciprocidad individual domina el ayni pero, al final del ciclo de cargos que un hombre asume a lo largo de su vida, realiza una distribución colectiva, y el valor producido ya no es la amistad, sino algo más religioso. Hoy día, el solo conocimiento de la teoría alumbra los procesos de génesis de los diferentes valores, y las áreas de extensión de su eficiencia respectiva pueden ser definidas en un acuerdo perfecto.

Otra contradicción apareció también: nuestro sentimiento ético. Como toda afectividad, es “absoluta” y las fuerzas del mundo aparecen vacías de toda afectividad y relativas entre sí. Y esta contradicción apasiona a cantidades impresionantes de personas: hay aquellos que quieren favorecer el advenimiento de lo absoluto, que denominan divino, y que consideran que el mundo obstaculiza este advenimiento, y aquellos que dicen que, sin el mundo, ni siquiera hubiera las condiciones donde se pudiera manifestar lo absoluto. Este debate no tiene salida, mientras no se conozca la estructura intermedia entre Mundo y Dios (estructura representada por el árbol en las imágenes antiguas, porque el árbol lleva sus frutos en el cielo, pero saca sus fuerzas de sus raíces en la tierra). El intermediario está constituido sólo de estructuras frágiles y escasas y solamente humanas, aun si podemos encontrar algunos esbozos de ello en la naturaleza animal. Son las estructuras que obedecen al principio de reciprocidad.

Pero, para entender cómo se efectúa el paso entre lo Absoluto de lo que es en sí contradictorio y la no-contradicción, es necesario haber descubierto la Lógica dinámica de lo Contradictorio. Si no, quedaremos prisioneros de la Lógica de Identidad que no permite aprehender lo que releva de la vida espiritual. Corresponde a intelectuales comprender la necesidad imperiosa de redoblar la lógica de identidad usual (que nos permite dominar las leyes mecánica de la física) de la lógica dinámica de lo contradictorio, para poder aprehender los problemas humanos, en todos los niveles de la educación nacional y, en particular, en los niveles preescolares.

Queda una contradicción mayor: es la contradicción entre la reciprocidad y la no-reciprocidad. Es una cuestión de actualidad, probablemente decisiva para el porvenir de las sociedades andinas, pero también para otras. Pero he aquí que la lucha entre la reciprocidad y la no-reciprocidad no ha terminado. Nunca termina: la reciprocidad entre los miembros de una familia, por ejemplo, puede replegarse o encerrarse en los miembros de esta familia con exclusión de las demás familias. Todo repliegue de la reciprocidad en sí misma, la encierra en una identidad colectiva. El tribalismo para la tribu, el nacionalismo para la nación, el liberalismo, el cristianismo, etc. Este repliegue en sí mismo, define la victoria del “Mismo” sobre el Tercero invisible y el triunfo de la no-reciprocidad sobre la reciprocidad: en este caso, es la muerte de la Alianza y de la génesis del sentimiento humano.

Finalmente, se puede decir que hay contradicción entre dos lógicas. Como toda expresión, acude necesariamente a una lógica de la no-contradicción: hay adecuación entre la expresión de los hombres y aquella de sus actividades o prestaciones que son no-recíprocas. Esta adecuación deja pensar que la lógica de la no-contradicción es la más habilitada para dar cuenta de todas nuestras prestaciones.

De manera más filosófica, se puede decir que si la Identidad existe en la naturaleza, una lógica de la Identidad será adecuada para rendir cuenta de todos los eventos naturales que responden al principio de Identidad. Esta lógica permitirá dominar las fuerzas físicas del mundo, de tal manera que se pueda construir motores, puentes, armas, etc. Esta lógica es, entre otras, aquella del librecambio, del poder de dominación de los unos sobre los otros. Pero, como esta lógica no puede rendir cuenta ni de la vida, ni más aun de lo contradictorio (del Tercero invisible), su reino es un peligro para la Humanidad, si se vuelve exclusivo. En particular, cuando el poder capitalista pretende definir el Trabajo humano según sus categorías, lo reduce a una identidad normalizada por el intercambio, el valor de cambio. El Trabajo se encuentra entonces muy empobrecido, en relación a lo que es, cuando está investido en otros sistemas de producción que el sistema de librecambio.

Hemos tomado conciencia del peligro y tenemos que redoblar todos los análisis occidentales de análisis, que no nos atrevemos a llamar andinos, porque, en realidad, son comunes a todas las sociedades humanas. A las concepciones occidentales, que confían en su lógica y únicamente en ella para decidir de todo, en todos los campos, de manera no-recíproca, se debe imponer de manera firme el respeto de otras territorialidades, donde la conciencia humana tenga el derecho de manifestarse por los valores de la Ética, es decir, de los sentimientos de justicia, de responsabilidad y de confianza, o de solidaridad, en función de estructuras de reciprocidad que son la sede de estos valores. Pero ahí se trata de un combate, porque las personas que se refieren a la no-reciprocidad no pueden sentir estos valores, puesto que estos valores son la propiedad de las estructuras de reciprocidad.

De lo afectivo a lo racional

Las poblaciones que mantienen relaciones de reciprocidad, “sienten lo que sienten”, pero las poblaciones que sienten sus propios valores deben adquirir también un saber sobre las condiciones de este sentir, puesto que estas condiciones pueden ser conocidas objetivamente. A falta de este saber, son incapaces de defender racionalmente sus elecciones, frente a los razonamientos de los occidentales que hacen prevalecer el éxito de sus empresas y de su técnica, entre otras militar y monetaria, para satisfacer sus intereses. Este saber es la Teoría de la Reciprocidad. Recién al hacer una relación entre el saber y el sentir, podrán hacer frente a la racionalidad utilitarista de los occidentales y podrán oponer, al poder de dominación de los occidentales, la razón ética. Este esfuerzo empieza, a nuestro parecer, con el trabajo constitucional que debe liberar todas las dinámicas individuales y colectivas que se fundan en otra relación que aquella del interés privado, y que se fundan sobre el principio de reciprocidad.

Y de la teoría a la práctica

¿Es posible concluir esta aproximación teórica por algunas consecuencias prácticas? La Constitución debería proclamar inviolables las relaciones fundamentales de reciprocidad, gracias a las cuales se han creado los pueblos de Bolivia. La ley no basta para protegerlas. Por ejemplo, en un país antiguo como Francia, cuando el Estado pasó a manos de gobiernos liberales, el liberalismo pudo imponer una ley que prohibió, bajo pena de sanciones, toda ayuda mutua entre ciudadanos (todo ayni, menos para los padres y sus hijos o yernos en el marco de algunas actividades de siembra o cosecha y con la condición de que estas ayudas mutuas puntuales sean declaradas al municipio). Otro ejemplo, cuando los municipios franceses, preocupados por el futuro del mundo, quisieron liberarse de su sujeción a las grandes compañías petroleras y utilizar motores que consumen biocarburantes producidos localmente por los agricultores, han sido condenados por los tribunales. El Estado mismo pidió que el intento de estos municipios de liberarse de la tutela petrolera sea protegido, pero la ley se impuso al Estado (Tribunal administrativo de Bordeaux: sentencia del 27 de junio de 2006). En Francia, ahora, nadie tiene el derecho de trabajar y de vender el producto de su trabajo, sin antes pagar un impuesto previo muy elevado. La apertura de derechos (así se llama este tributo) al trabajo es tan costosa, que tres de cuatro candidatos a la obtención de esta licencia de trabajo, no logran cancelar su deuda en el tiempo reglamentario y tienen que volver a la condición asalariada o a la exclusión: la libertad del trabajo es reservada a los ricos y a algunas personas que tienen suerte. Lo mismo pasa con la propiedad. Los hombres sin techo y sin nada para alimentarse se llaman SDF (sin domicilio fijo). Son los “excluidos”. El número de “muertos que nadie reclama” y que se acumulan en las morgues, a falta de sepulturas, son un indicio muy claro de la progresión constante de los efectos del sistema capitalista para los más desfavorecidos. Cuando hace calor en Francia, los SFD mueren y, cuando hace frío, también: los topes de mortalidad indican el fenómeno de la exclusión que, por otro lado, no se puede ver puesto que los excluidos son excluidos de toda consideración. Es necesario, por lo tanto, que por encima de las leyes, la Constitución vigile que éstas no puedan violar los fundamentos de la sociedad humana. El Techo tiene que ser sagrado, el Trabajo tiene que ser sagrado, el Subsidio universal, medio elemental para vivir en un sistema económico monetarizado, tiene que ser sagrado. Cabe mencionar que el Brasil es el primer país del mundo en haberlo introducido en su Constitución. Nadie puede condicionar esos derechos imprescriptibles y eso tiene que estar escrito en la Constitución. Pertenece a la Asamblea Constituyente elaborar la lista de los Bienes primarios: el techo, la tierra, el agua, la energía, el subsidio universal, etc. que considera sagrados y sobre los cuales nadie puede imponer a los demás algún impedimento. Lo mismo para los derechos de los seres humanos de constituirse en asociación o en comunidad y, por supuesto, de acceder al mercado. Lo mismo, finalmente, para los derechos adquiridos sobre las creaciones del hombre, entre otros: la educación, la información, la protección social y el seguro social. Pero de estas cuestiones, que son las consecuencias inmediatas de los principios evocados anteriormente, no podemos hablar aquí. Digamos, simplemente, que toda iniciativa que permita a la Reciprocidad superar al Interés privado, es un paso adelante en la civilización.

lunes, 1 de diciembre de 2008

Nueva correlación de fuerzas políticas y emergencia indígena (2)

La Transición boliviana: los proyectos de país

Hay dos proyectos de país.

Uno, el de las elites occidentales de la nación boliviana, vanguardizado políticamente por el Comité Cívico de Santa Cruz.

Y, otro, el de las naciones indígenas y los “españoles pobres” de las ciudades, vanguardizado por los “mallkus” de los “ayllus urbanos” de la ciudad del El Alto.

El proyecto de las elites blancas de la nación boliviana

En la así llamada globalización, la dinámica económica ya no está en manos de los Estados nacionales, sino de las grandes corporaciones transnacionales. Éstas, empero, han empezado una dinámica caótica en la burbuja especulativa financiera, donde, dada la naturaleza abstracta de la banca: caja negra del sistema de intercambio, no puede haber mecanismos de homeostasis que permita su regulación en el largo plazo. La abstracción ha empezado a hacer quebrar muchas de estas empresas, como la Enron, a la que Bolivia ha hecho, como se sabe, una donación significativa. Estas grandes empresas transnacionales, desterritorializadas por diseño, si quieren persistir en el ser, en una era “post capitalista”, Peter Drucker, tienen que territorializarse o van a seguir implosionando con regularidad debido a un exceso de especulación financiera y contabilidades creativas: infra-contabilizadas y sobre-remuneradas, como dice Hezel Henderson y con estrechos vínculos con la economía subterránea/delictiva, con la que hace un feedback ilegal. También en economía, por teológica que se haya vuelto últimamente, debe haber biofeedback. Pasado un determinado umbral, esta forma super abstracta del capital puede dar lugar a metástasis cancerígenas de la economía que pueden terminar afectando al sistema global. La vida es un sistema y la economía es un subsistema de este sistema mayor. Las tecnologías de la información han introducido este software al Sistema mundo: ya no estamos en la era newtoniana, donde eran posible compartimentos estancos. Todo afecta a todo.

Pues bien, esta necesidad de territorialización que empieza a sentirse, si no se quiere cambiar y se prefiere que todo siga igual ¿dónde podría, eventualmente, ser satisfecha? Ya no en los Estados donde las transnacionales tienen sus sedes matrices: harían explotar los sistemas financieros públicos. La economía formal no los podría metabolizar. ¿En los Estados fallidos del tercer mundo? ¿Dónde si no? Y aquí se encuentran, por un lado, la necesidad de territorialidad de las corporaciones transnacionales y, por otro lado, las ganas de globalizar el parasitismo que caracteriza al subcapitalismo boliviano, liderado por la oligarquía cruceña. Por tanto, el proyecto post neo liberal consiste en más de lo que hemos tenido hasta ahora, pero de una manera radical: ya no “achicar” el Estado sino convertirlo directamente en un simulacro paraestatal miniaturizado: democracia representativa, partidos, elecciones, libertad de prensa: justo lo que haga falta para no caer en el saco de las “dictaduras terroristas”, detrás de esta máscara política, las empresas transnacionales, cual “superestados petroleros” tele-gobernarían en función de sus intereses, sin pagar los costos sociales, ni tener en cuenta el Bien común, ni la sustentabilidad en el largo plazo de los recursos naturales. Adiós al Ogro filantrópico. Se reimplantará la lógica del Campamento a gran escala. La liberalización del mercado sería absoluta y, para los segmentos negligibles de la economía, un tratado de libre comercio terminaría de barrer con el subcapitalismo parasitario local. Un anticipo: Garafulic: prototipo del empresario boliviano pendejo que cree que puede seguir mamando a nivel global. La descentralización autonómica va a permitir crear, legalmente, cordones sanitarios y dejar de lado las regiones “no rentables”, como el altiplano, hace ya décadas desahuciado por el Banco Mundial y en los lugares “interesantes”, con las elites bolivianas regionales, reinstalar el modelo de los “campamentos mineros”: extraterritorialidades en sí mismas por el tiempo que dure la explotación del recurso natural en cuestión. Vamos, un Protectorado de las transnacionales petroleras, bajo máscara autonómica.

Un no país, de ocho millones de habitantes, con ingentes recursos naturales, sin clase dominante nacionalista, pues sus raíces no están aquí, sin restos de institucionalidad que pueda estorbar el lucro y el saqueo, con sectores profesionales propensos a la corrupción, dada la inseguridad jurídica laboral del sector público, hacen de la actual Bolivia un laboratorio interesante y barato para probar una posible reconfiguración del tercer mundo bajo el nuevo orden global. Somos como los municipios inviables menores a cinco mil habitantes: ¿Qué hacer con ellos?

Por razones racistas, para las elites políticas globales y regionales: monoteístas blancos, la mayoría indígena: animistas de tez morena, no cuenta absolutamente para nada. El colonialismo católico del siglo XVI se preguntó si los indios eran seres humanos; el del siglo XXI ha contestado que no lo son. Como le decía Aznar a Chávez: “Qué te preocupas por ellos; son perdedores y van a desaparecer”. Científicamente, Darwin ha quedado superado hace ya tiempo, pero, políticamente, sigue todavía vigente.

Ahora bien, el gran problema de este proyecto de país es que no tiene masa crítica local para poder ser implementado. Los agentes económicos del capitalismo boliviano: “las cien familias”, son extranjeros o descendientes de occidentales en segunda o tercera generación. Los otros: los apellidos tradicionales, así llamados “empresarios”, han acaparado tierras y créditos para sembrar soya al amparo del poder político, sin ningún esfuerzo que ponga de relieve los valores del capitalismo: trabajo, ahorro, previsión, conocimientos, D+I, correr riesgos. Como es un capitalismo político-partidario, cuando quiebran y quiebran cada cuatro años, se hacen condonar las deudas y, con tan bello motivo, se hacen dar más créditos: el Estado boliviano es su caja negra; sin él es impensable el “capitalismo privado boliviano”. Por tanto, la única posibilidad, para persistir en su actual “estilo de vida” (“Acá se trabaja poco, para lo que se recibe” Walter Kuljis, y éste es el gran conato de las elites blancas) es enchufarse subalternamente a las transnacionales petroleras para venderles el único servicio que pueden ofertar: venderles una fachada política: un Estado autonómico, para que puedan anclar su burbuja financiera y saquear legalmente. Aquí, a lo mejor, el biofeedbak: la territorialización de la especulación financiera, hace funcionar la teoría del rebalse: los pobres se alimentan de las migajas que caen de la mesa del rico Epulón. Esta es la utopía de las elites occidentales de la nación boliviana.

El proyecto de país de las naciones indígenas y de los “españoles pobres de las ciudades”

El otro proyecto de país: el proyecto indígena, cuya Agenda viene desde la rebelión de los Amarus y Kataris, quiere construir un Estado propio: autonomía y soberanía política, en la lógica orgánica del continuo biosférico animista: Diarquía: primado del dos, como complementariedad de dos energías antagónicas, chacha y warmi: fermión y bosón: partícula y onda, yin y yang, que, en modo alguno, implica volver historicistamente al Tawantinsuyo o Tiwanaku, como se supone desde la obsoleta visión lineal y progresista del Tiempo; sí, implica un retorno al tiempo-espacio prehispánico, porque, según Einstein, el tiempo-espacio es curvo. Ahora bien, este retorno relativístico, significa retorno, pero no a las formas políticas: éstas ya han pasado: son obsoletas, sino un retorno al software estatal de ese campo unificado que produjo sociedades de abundancia y calidad de vida para todos. Como se sabe, el software animista y el software cuántico, ecológico, sistémico, cibernético del nuevo paradigma cosmológico, coinciden para suerte nuestra. Por tanto, pues, el modelo estatal: la forma Di-arquía no se inscribe en la tradición occidental de la Mon-arquía, pautada por Aristóteles en su Politica: primado del Uno: de una sola energía: la masculina: la del gran Padre que conlleva homogeneidad y minimización de la alteridad: la otra energía y que es coherente con el mono-teísmo occidental: un solo Dios Padre para todos y extirpación de las idolatrías.

Ahora bien, para que cualquier forma estatal sea viable es conditio sine qua non que el Estado sea dueño y tenga soberanía real sobre su territorio, su población y sus recursos naturales. Eso significa, en nuestro caso, la nacionalización de todos los recursos naturales, regalados por las elites gobernantes occidentales a las transnacionales e iniciar un proceso de industrialización del gas, en el marco de un proyecto hemisférico estatal: Petroamérica, por ejemplo. Exportar valor añadido; siempre valor añadido. Establecer alianzas estratégicas con Estados que compartan una ética no individualista, como China, por ejemplo. Supresión del latifundio en las tierras bajas para iniciar un manejo sostenible e integral del bosque.

La ola de la rebelión indígena nunca estuvo más alta y nunca el Estado boliviano ha estado más débil que ahora. Es más: el Zeitgeist del nuevo paradigma científico, técnico, moral, espiritual; el lado cualitativo de la globalización: los altermundistas; los comunitaristas europeos que han dicho No al proyecto liberal de Constitución europea, sopla a favor de una propuesta estatal de este corte. Esta es la utopía de las naciones indígenas y los “españoles pobres de las ciudades”.

Puntos que todavía hay que madurar

Darse una representación política para llegar a ser de verdad naciones indígenas

Así como desde el punto de vista económico, la nacionalización de los hidrocarburos es condición de posibilidad para no desaparecer en el lado oscuro de la globalización: el proyecto de país de las elites blancas de la nación boliviana. Desde el punto de vista político, las naciones indígenas tienen que clausurar, ellas mismas, las cárceles políticas republicanas en las que están presos y que no permiten que su fuerza se convierta en poder. Estas cárceles políticas son la COB, la CSUTCB, las CORes, FEJUVEs, los partidos políticos y las “Asociaciones ciudadanas y Pueblos indígenas”. Estas son las formas modernas del descuartizamiento de los Amarus y Kataris. Estas formas sindicales son el modo cómo la minoría blanca impide que las “naciones” indígenas tomen el poder político y construyan su propio Estado. Por tanto, son funcionales a sus intereses; si no existieran, las inventarían. Sólo se puede lamentar la fruición y ceguera con la que los caudillos indígenas: “Ejecutivos” de estas cárceles políticas, hacen el juego a sus opresores blancos aferrándose a esos cargos y reproduciendo su cautiverio político. A los pueblos indígenas de tierras altas y tierras bajas, para llegar a ser Naciones, les falta tener su propia Cabeza política como una federación de naciones. Sin cabeza política propia, este tercer bucle de rebeliones indígenas puede pasar a la historia como la de los Amarus, Kataris y Willkas y una magnífica oportunidad de voltear la tortilla se puede frustrar. ¿No les da que pensar el hecho de haber tumbado ya dos presidentes y no haber tomado el poder? Algo muy fundamental está fallando. Y ese fallo consiste en que las “naciones” indígenas son un cuerpo: fuerza, sin cabeza: poder. El Inca sigue descabezado y son, justamente, estas cárceles sindicales y políticas, las que mantienen separados el cuerpo y la cabeza del Inca. Al revés de la “nación camba” que tiene una gran cabeza política: el Comité Cívico de Santa Cruz, pero no tiene cuerpo social. Las dos energías: la de las naciones indígenas y la de la nación boliviana, que deberían encontrarse en la forma cuántica Diarquía para sumar sus potencialidades y minimizar sus debilidades, he aquí que se encuentran enfrentadas: lo que no está mal: hay que saldar a través del tinku las facturas pendientes, pero ya va siendo hora de empezar a conversar en un registro post moderno. Sería deseable que las mujeres cruceñas empiecen a jugar un rol más protagónico y empiecen a cuartear el patriarcado comiteista para abrir un espacio dialógico más civilizado y sofisticado.

Sin representación política propia, las “naciones” indígenas no van a poder hacer valer el derecho de mayoría, de las democracias liberales, para la conformación de la Asamblea Constituyente. Se van a dejar marear la perdiz, como ya está sucediendo. Hacia la nación boliviana, “hacia fuera”, los indígenas tienen que mantener inclaudicablemente el 62% de la representación y no dejarse engatusar haciendo cada quien numeritos que, al final, resultan arrojando para ellos mismos una minoría fáctica de representación en la Asamblea Constituyente. Sobre todo las naciones indígenas de tierras bajas deben cuidarse de no caer en esa trampa, a la que los empuja un miope andino centrismo aymara. “Hacia adentro”, ya no vale la lógica cuantitativa occidental: el 31% quechua, el 25% aymara, el 2% guaraní, el 2% chiquitano, el 1% mojeño, otro 1% para el resto. No, aquí debe primar una lógica indígena, cualitativa, basada en la excelencia, Qulla: los mejores deben ir a la Asamblea Constituyente, independientemente a qué nación pertenecen.

Lección aprendida: hay que tener en cuenta que son su cara “hacia fuera”; por tanto, tienen que ser interlocutores competentes de los políticos de la nación boliviana. En CONAMAQ, por ejemplo, han elegido a sus autoridades con el criterio “hacia adentro”; lo cual está bien, pero si se tiene en cuenta que estas autoridades, también y sobre todo, tenían que actuar “hacia afuera”, el criterio se mostró insuficiente: reforzaban el prejuicio criollo que los indígenas son zonzos, ignorantes y no se ubican; se les tiene lástima; no respeto. Hay que cuidar los dos lados de todo. En cambio, la CIDOB ha elegido sus autoridades con el criterio “hacia fuera” y sus Ejecutivos se han dado el lujo de hacer desfilar a los ministros de la República boliviana hacia su sede cruceña, cuando ellos así lo han dispuesto.

¿Qué hacer con el MAS?

Si pensamos en términos de la cosmología calendárica indígena maya, hasta el 2012, de la era cristiana, va a durar el tiempo de la transición. Las naciones indígenas, tal como van las cosas: no tienen todavía cabeza política propia, no han terminado de migrar de los marcos republicanos hacia sus propios marcos políticos y económicos … no están en condiciones, objetivas y subjetivas, de tomar el poder todavía. Tienen que escuchar más a sus abuelos, a sus ancestros, yatiris, ipajes: sabios. Es en este interludio que el MAS cobra sentido estratégico. Hay que pensar con la cabeza fría, no con el hígado; mejor si pensamos con el corazón. El MAS es una bisagra que ya está ahí y que nos es útil para nadar y guardar la ropa al mismo tiempo, Ayra. En concreto, nos sirve para llevar a cabo tres operaciones imprescindibles para el triunfo de este tercer bucle rebelde:

Uno. Tener hegemonía política hasta el 2012 en el marco de lo que muere.

Dos. Organizar y convocar a un gran Congreso de todas las naciones indígenas para darse un Cabeza política pública, para negociar, con fuerza y poder, con la nación boliviana y, con ese poder emanado de su Congreso, Tantachawi, clausurar ahí mismo las cárceles políticas y sindicales: COB, CSUTCB, FEJUVES, “Asociaciones ciudadanas y Pueblos indígenas” que impiden a los pueblos indígenas y originarios tener su propia representación política como una federación de naciones indígenas

Tres. Iniciar la industrialización del gas en el marco de un consorcio transnacional de empresas petroleras estatales: PetroAmérica.

En este momento no hay alternativas políticas al MAS ni tiempo para construirlas. Hay que ser realistas y pragmáticos.

El MAS significa la acumulación política de los indígenas y “españoles pobres de las ciudades”, dentro de las reglas de juego de la democracia formal de corte liberal. Por la crisis terminal del sistema político tradicional, el MAS es ahora el partido más importante del país. Hay que ser muy cartucho para no verlo, apreciarlo y utilizarlo. Los caudillos aymaras de El Alto están tentados de hacer sus chapi partiditos políticos y algunos caciques de tierras bajas están tentados de caer en la trampa de las “Asociaciones ciudadanas y Pueblos indígenas”, sin, por cierto, ninguna chance real. Ya no hay tiempo para este tipo de aventuras. Ama sapa: no sean individualistas.

No tenemos Bolivia para otros 50 años. Se acabó el juego. De lo que se trata, ahora, es de no fallar los penales del descuento. Todas las balas son de plata.

En la cancha de la política republicana, el MAS es nuestra bala de plata, nos guste el Evo o no. En cancha republicana y en sus reglas de juego, las naciones indígenas y los “españoles pobres de las ciudades”, pueden dar capote en todas las elecciones que vengan hasta el 2012. ¿Por qué auto joderse este inmenso placer político?

En lo que quede de Parlamento, hay que cerrar filas con el MAS. Esto, sin embargo, no debe significar un cheque en blanco.

El MAS tiene que pelear por hacer respetar la Agenda estratégica que viene desde los Amarus, Kataris y Willkas:

Autonomía política: primer paso: Asamblea Constituyente con 62% de representación, a través de usos y costumbres, para las naciones indígenas. Hacer respetar el derecho de las naciones indígenas a decidir ellos cómo y quiénes van a ir a la Asamblea.

Recuperación del Territorio: primer paso: Nacionalización de los hidrocarburos e industrialización del gas.

Inclusión de los “españoles pobres de las ciudades”: primer paso: construir un frente amplio anti-colonial, anti-neoliberal y anti-neosocialista; las tres cosas; no sólo anti-neoliberal. No proceder así, sería como meterse uno mismo el Caballo de Troya en sus entrañas.

Esto es estratégico; todo lo demás es negociable. Tan es así, que todas las maniobras de las elites blancas de la nación boliviana, está dirigidas a contrarrestar estos tres puntos de la Agenda estratégica de la Rebelión indígena: Agenda de enero, elección de prefectos, referéndum autonómico, elecciones generales y que ese Congreso sea el constituyente (así se impide que las naciones indígenas designen a sus representantes por usos y costumbres y no sean el 62% de entrada). En las movidas del comiteismo cívico no brilla la razón, sino la fuerza mediática.

Bolivia es como un globo que está perdiendo altura y pronto se va a estrellar. ¿Cómo se retarda la estrellada? Arrojando los sacos de arena que, cuando ascendía, estaban para que el globo no se fuera a la estratosfera. Esos sacos de arena que ahora se ha comenzado a botar para prolongar la agonía son: Sánchez de Losada, Carlos Mesa, el acortamiento de mandato a los diputados y senadores, las elecciones generales. Fíjense: estamos hablando de Palabras mayores. Están dispuestos a sacrificar todo, con tal de evitar y despejar a corner la Nacionalización de los hidrocarburos y la Asamblea Constituyente con mayoría indígena del 62%. Esta es la verdad de la mayonesa; lo demás, son cuentos. Hoy, más que nunca, no hay que dejarse emborrachar la perdiz. Es de vida o muerte.

Esta es la Agenda que el MAS debe hacer respetar y, a cambio, las naciones indígenas y los “españoles pobres de las ciudades” debemos darle nuestro apoyo político. El MAS nos es útil hasta el 2012.

Cuando un sistema entra en un proceso de entropía: de disipación de energía, la dispersión es lo más fácil; también para las naciones indígenas. Para contrarrestar ese proceso, debemos seguir la ley de Ashby: concentrar nuestras energías en un solo vector y un par de variables; reducir la complejidad. Es la mejor manera para, entre tanto, auto-clausurar las cárceles políticas republicanas y darse una dirección política propia; preparar los representantes que vayan a la Asamblea Constituyente para negociar y pactar con la minoría occidental un acuerdo, en la lógica de la complementariedad de opuestos: Diarquía: el gran aporte político, post aristotélico, de la indianidad a las “biocracias” (Joël de Rosnay) del siglo XXI.

El peligro del andino-centrismo

La alfabetización, la escolarización: el saber transmitido por la escuela y la universidad bolivianas, apropiados acríticamente, pueden tener consecuencias perversas para las naciones indígenas. El mensaje subliminal que han recibido es de corte monoteísta y racionalista. Primacía del Uno y del Número. Los aymaras y quechuas escolarizados, si quieren ser fieles a su civilización y aportar a las redes comunitarias de las biocracias del siglo XXI, tienen que entrar en un proceso acelerado de descolonización intelectual, mental y emocional. Tienen que reprogramarse neurolingüísticamente. Para ello, sólo hay un camino: volver a conectar con sus abuelos y la Pacha. Por ejemplo: A. Astvalsson & F. Layme, Las voces de los Waka, Cipca, La Paz, 1997 o F. Montes, E. Andia & F. Wanakuni: Policarpio Flores Apaza: el hombre que volviò a nacer. Vida, saberes y reflexiones de un amawt´a de Tiwanaku. Plural, UC, Armonía, La Paz, 1999. A. Yandura, Arakae. El mito hecho realidad. Santa Cruz, 2004. C. Yujra Mamani, Laq´a achachilanakan jach´a tayka amuyt´äwinakapa, La Paz, 2005.

En este momento en que la prioridad política es enterrar las instituciones del antiguo régimen y dar a luz su propia forma de representación política, observo que sobre todo los aymaras escolarizados, no digo ya los que hablan el castellano con la zeta: ¡Qué bochorno!, se han convertido en un obstáculo para tejer una buena relación de complementariedad de opuestos con las naciones indígenas de tierras bajas. En vez de manejar la relación en términos indígenas: complementariedad de opuestos y criterios “cualitativos”, de excelencia, cariño y generosidad india: prestigio, se están comportando como doctorcitos altoperuanos, aferrándose cicateramente a las estadísticas y queriendo tener una representación “cuantitativa” que ningunea a las naciones indígenas de tierras bajas. Esto, a su vez, está empujando a las naciones indígenas de tierras bajas a apegarse a las oligarquías de la media luna que los utilizan sin asco alguno. Si hubiera Bolivia para otros cincuenta años y los cívicos tuvieran masa crítica real, no mediática, la táctica del Capitán Bonifacio Barrientos, junior, podría tener sentido; pero, en las actuales condiciones, se está equivocando de trinchera, obnubilado por el “poder karai”. Los que no llegan tan lejos, como el Capitán del Alto y Bajo Izozo, al hacer numeritos, para que su Pueblo esté representando por lo menos con un delegado, están haciendo de tontos útiles de los que quieren rebajar, cuantitativamente, la mayoría indígena en la futura Asamblea Constituyente.

Sugiero que arreglen este impasse “hacia dentro” y no permitan que el Parlamento les diga cómo y cuántos deben ser. Y mandato al MAS: hacer valer su decisión en el Parlamento.

Otro tema que estorba y jode a los no kollas es la referencia simbólica al Kollasuyu que excluye a “los españoles pobres de las ciudades” y a las naciones indígenas de tierras bajas y los empuja a los brazos de sus oligarquías regionales. La referencia aymara a Tiwanaku es, así mismo, odiosa. Además que es falsa. Sabemos que toda construcción identitaria es imaginaria; pero para que sea sostenible y respetada tiene que tener en cuenta también el orden de lo real y el orden de lo simbólico.

Una pista para salir de esta aporía política, la señaló hace tiempo Simón Yampara en su libro: Pachakuti-Kandiri en el Paytiti. Reencuentro entre la Búsqueda y Retorno a la Armonía Originaria. Ediciones CADA, 1995. Desde entonces la investigación científica ha aportado con datos que permiten una visión más compleja de los estados prehispánicos en América. Aquí no puedo sino hacer una referencia somera. Hay elementos para ampliar la mente, la imaginación y el corazón. En primer lugar, el tesoro cerámico descubierto recientemente en la Isla Pariti muestra una galería de rostros y animales no sólo de tierras altas sino también de tierras bajas, tanto de la costa como de la amazonia y el actual chaco. Véase: A. Korpisaari & M. Pärssinen, Pariti: isla, misterio y poder. La Paz, 2005.

Con lo cual el andino centrismo se ve afortunadamente relativizado, desde la arqueología. Así mismo, tenemos que relativizar la mirada mediterránea greco-romana de tipo compacto y contiguo, con una mirada más fluida de redes “ecosimbióticas”, Condarco, de complementariedad a larga distancia, incluso, transoceánica. La cartografía satelital que permite mapear los fondos marinos, ha descartado las suposiciones que la Atlántida estuviese sumergida en el mediterráneo o el atlántico; se hace, pues, más plausible la hipótesis que la Atlántida haya sido el mismo continente sudamericano y su capital, haya quedado en el altiplano. Son conocidos, por otro lado, los mitos y leyendas de diluvios y grandes inundaciones en casi todos los pueblos, tanto de tierras altas como de tierras bajas. Hallazgos curiosos, como cocaína en tumbas egipcias, o inscripciones proto sumerias en la estela de Pokotia, a diez kilómetros de Tiwanaku, nos abren el horizonte más allá incluso de un centrismo andino-amazónico. Véase, Zecharia Setchin, The lost Realms, N.Y. Avon Books, 1990 o E.M. Moseley, The Incas and their Ancestors. N.Y. Thames and Hudson, 2000. Tenemos, debemos y podemos pensarnos a lo grande. El “centrismo” no es animista.

Sinclair Thomson, en “Cuando sólo reinasen los indios”: Recuperando la variedad de proyectos anticoloniales entre los comunarios andino. La Paz, 1740-1781, nos trae el recuerdo de algunas Palabras que, cual brasas, testimonian de aquellos fuegos, como éste de Bartolina Sisa sobre el próximo reinado de los indios. O este otro logoi de Lorenzo Corina, cacique de Chuani: “acabar o dominar a los viracochas” porque creían que “ellos son redentores del pueblo y a fuerza de rigor harán vencimiento a todos y aun los de la provincia, porque a ellos les toca mandar”. O esta otra del líder de Jesús de Machaca: “Ya era otro tiempo el presente y que el cacique, su segunda, tanto como también el cura se habían de mudar y que se habían de poner los que el común quisiese”. En fin, que “a ellos les toca el mandar”.

Que estos deseos no vuelvan a ser vanos. Que la tercera, sea la vencida. Ver, S. Thomson et alt: Ya es otro tiempo el presente. Cuatro momentos de insurgencia indígena. Muela del Diablo. La Paz. 2003.

Kutt´aniskapxakiñaniwa:

Siempre volveremos a levantarnos.

Pablo Mamani

2004